Continuaba absorto mirando aquélla aparición ya que me encontraba, como les dijera, a mil millas de toda tierra habitada. El hombrecito sin embargo, no me parecía extraviado, ni cansado, ni muerto de sed ni de hambre y menos muerto de miedo. No tenía el aspecto de un niño extraviado.
Al fin pude hablar y entonces dije:
-Pero... qué haces aquí?
Suavemente pero muy serio repitió:
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